jueves, 27 de marzo de 2014

Nunca
se le dio bien hacerse la dormida,
su risa siempre acababa por delatarla.
Pero sé,
que le gustaba que la oscuridad rozara sus párpados
para así poder sentir mi mirada y mi sonrisa contenida,
sé que le gustaba
casi
tanto 
como me gustaba a mí mirarla.

Era preciosa.
Era preciosa cuando se ponía el pijama con una lentitud que exhasperaba, y cuando el tirante se deslizaba  por el hombro de manera demasiado inocente como para ser casual. Era preciosa cuando se lavaba los dientes a toda velocidad, como si tuviera prisa por dejar que sus sueños -y yo-, la arropasen. Y cuando se encogía entre las mantas, reía, y te suplicaba para que apagases la luz.
Era preciosa cuando murmuraba en sueños, cuando se movía, cuando apretaba los ojos y parecía que iba a despertarse; y cuando se pegaba a mí, como deseando que la protegiera de un sueño en el que yo ni siquiera podía participar. Cuando suspiraba. Cuando se destapaba una y otra vez, inmediatamente después de que yo me incorporara para taparla de nuevo, como burlándose de mí, de este pobre idiota.
Era preciosa cuando se reía, cuando me decía "te he pillado", enésimas veces, todas aquellas que me encontró mirando con ojos curiosos apoyados al otro lado de su almohada.
Probablemente, lo mejor era eso.
Beberme su risa por las mañanas antes que el café,
que gobernara sobre el sol a su antojo,
para hacer que amaneciera sólo cuando a ella le diera la gana.











Le digo adiós a este infierno de ausencias.

Mientras tú vuelves para quedarte,
y yo vuelvo a soñar con el amor
y sus consecuencias.

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