domingo, 9 de marzo de 2014

Juré contar nuestra historia,
y nunca decir la verdad.


Era el típico loco que aparecería para cogerte de la mano y pedirte que vayas con él a vivir alguna aventura; pero también era capaz de convertir en una aventura hasta el tramo de la cama a la cocina, sin mencionar los besos pegados a la encimera. 
Porque hay quien dice que las flores sirven para adornar los defectos de las casas, y yo soy todo defectos, y tú pareces hecho de primavera. Me enseñaste a tener un mapa de mí misma donde encontrarme si me pierdo, pero también que no hay mapas que valgan y supongo que eso está bien. Que a veces algo está bien pero también está bien lo contrario, y por eso nuestros días eran sucesiones liosas que a menudo no tenían ni pies de cabeza, decías que cada uno manejaba su destino y yo perdí el mío al enamorarme de ti,
y por un jodido intante pareció que no pasaba nada,
pero al final, me quedé con muchas cosas que nunca te dije, y otras tantas bobadas que ya no valen nada.
Para qué engañarnos, sé que te quise a ratos;
a ratos sí,
y a ratos también.
Y ahora sólo soy un suspiro y cuatro gotas en la ventana, suplicando para que el corazón pierda la memoria.

 En resumen, querida, que te quiero,
por todo lo que tienes y crees que te falta,
por esa vocación a la nostalgia,
que niegas sin saberlo, a carcajadas. 
Y porque estamos condenados a vagar, 
con dos copas de más, 
por la calle de la felicidad sin asfaltar.
-Carlos Salem.

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