jueves, 11 de diciembre de 2014

Que iba armada hasta los dientes,
lo sé porque sonreía.

 
Me gusta verte aparecer con la nariz enterrada en la calidez de tu bufanda. Me gustas cuando bajas las escaleras y saltas el último escalón. Cuando tropiezas y miras a los lados. Cuando rozas con los dedos las vallas al pasar al lado de ellas. Me gustas cuando dices que te gusta la niebla. Me gustas cuando sonríes y se asoma la felicidad en tus pupilas. Me gustas cuando callas, como decía Neruda. Pero más me gustas cuando eres tú la que me hace callar. Me gustas mirando hacia arriba cuando salen las primeras estrellas; y bajando la mirada cuando algo te incomoda. Me gusta que toques el tabique de tu nariz cuando algo te da vergüenza. Me gusta pensar que tu mirada todo lo abarca, que ni siquiera lo más pequeño te pasa desapercibido, y tal vez por eso,
me miraste a mí.





Suelo pensar que en cada gesto hay un secreto, pequeños detalles que entregamos a otras personas sin darnos cuenta. Expresiones, una determinada forma de mover la boca, de poner los ojos en blanco, de mirar hacia otro lado. Esos movimientos involuntarios que sin querer son pedacitos de nosotros. Decidme que no es bonito copiar gestos, aprenderse al otro. Párate en mitad de la frase, ¿a quién pertenece el movimiento que acabas de hacer con la mano? ¿a quién viste hacer ese gesto, o ése otro, antes? El frío araña tu cara al caminar por la calle y sin embargo sonríes, porque sabes que no es tuya la costumbre de sumar los números de las matriculas de los coches que ves pasar.
Merece la pena conocer a otra persona, y conocerse a sí mismo. Merece la pena pasar tanto tiempo al lado de alguien que ya no distingas tus manías de las suyas, los gestos, los tonos de voz, las muecas... Dame, dame todo eso.
Yo lo cuido.
Entierra la nariz en mi cuello, otra vez.
Yo te cuido.

2 comentarios:

  1. Que nadie te haga pensar que debes dedicarte otra cosa. Haz frente a la envidia y sigue adelante; seguir leyéndote no tiene precio.

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