viernes, 15 de agosto de 2014

Creo que me sentiré mejor cuando escriba esto aunque no tengo claro cuánto durará publicado.
Te echo de menos.
Y es horrible echarte de menos cuando aún no te has ido; también es horrible abrazarte mientras veo cómo poco a poco te has abandonado, has dejado de ser tú misma.
Pero es que en noches como ésta se me vienen a la cabeza imágenes, recuerdos. Como todas aquellas navidades en las que te sentabas en el suelo conmigo a ver una película. Nunca te quejaste, aunque siempre era la misma.
En cambio, aquella navidad, yo llegué a casa con lágrimas en los ojos; sólo quería un rincón donde esconderme y tú fuiste la única que me acompañó cuando lo encontré. No podía parar de llorar, y sin embargo, tú sólo buscaste el momento adecuado para mirarme a los ojos y decirme: "Eres preciosa incluso cuando lloras. No sé qué clase de jugarreta te ha hecho el mundo, pero quiero que sepas que yo te quiero muchísimo."
¿Cómo pudiste saber que eso sería suficiente?
Cuando era más pequeña, siempre te convencía para que me pintaras las uñas de un color clarito, para que mi madre tardara lo máximo posible en darse cuenta, pero de todas formas, siempre cargabas con las culpas. Siempre me defendiste de mis otros primos, siempre me dabas el pedazo de chocolate grande. Te sentabas a mi lado en todas las comidas, en todas las cenas, y jugueteabas con mi mano, o me dabas patadas por debajo de la mesa cuando notabas que me aburría.
Por eso ahora haría cualquier cosa por poder recordar todas estas cosas contigo. Porque al entrar, pudieras decirme "Me alegro de que hayas venido", reconociendo mi cara. Reconociendo mi voz. Ojalá pudiera tener parte de la grandeza que siempre vas a llevar dentro.
Te quiero, abuela.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado. Hay abuelas y abuelas, y la tuya parecía alguien excepcional, tienes mucha suerte. Un beso.

    ResponderEliminar