lunes, 13 de enero de 2014

Te encontré con un libro de Cortázar entre las manos y el café en los ojos. Malditas casualidades. Cómo nos atan y nos hacen pensar que los momentos nos pertenecen, que son nuestros. Que todo es por algo. Te espero en otros labios, en otras caricias, y en otras miradas. Y en otra estación de trenes. Tal vez. 
Quizá en otra ocasión podamos hacer todo lo que soñamos, y soñar todo aquello que hacemos, ya de paso.














Ya hace mucho que oí aquello del diario de las cosas imposibles. No era un diario mágico que las hiciera posibles de repente, sino que servía más bien para tener consciencia de las cosas que se quedarían ahí, entre un puñado de hojas de papel y alguna gota de tinta negra suelta. Nunca lo hice; me parecía una idea demasiado literaria. Pero cuando el vapor del café me roza las mejillas siempre se me ocurren ideas absurdas, y además, aquella tarde sonaba de fondo nosequé canción romántica. Así que mis manos cogieron la pluma y el papel por sí solas, y antes de que me diera cuenta.... Antes de que me diera cuenta, tenía una línea tras otra de hormiguitas negras en el folio blanco, expresando todas aquellas cosas que nunca experimentaría. Y tú.
Sí, tú, como siempre,
como la primera hoja del otoño,
como la primera canción de la radio,
todas esas veces que intentamos y fracasamos,
el viento que nos da de cara,
como un amanecer nublado,
como la tristeza que se muere en unos ojos ausentes
y el amor de los valientes.






La primera vez que me abrazaste pensé que esa era la sensación que debían tener las tortugas cuando se meten en su caparazón para protegerse de algo. A veces me cogías de la mano y yo,
estúpidamente,
pensaba que el mundo no podía estar más alineado en relación conmigo, y con mi corazón.
Yo qué sé... ¿Quién me iba a decir a mí, que algunas cosas imposibles están ahí para cumplirse?

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