miércoles, 29 de enero de 2014

Me ha llamado caballero la puerta de un lavabo.
Me he mirado en el espejo, y no era cierto. Y he llorado.

Pongamos que él te llama, y no lo coges. Y se nos juntan los labios.
(Aún nos quedan fuerzas para medio asalto en la calle libertad.)















Miraba los labios de ella como miran los suicidas por la ventana del avión, y me asomaba a sus ojos como quien espera ver algo más que su propio reflejo. Con la mirada sobresaliendo por el borde de la taza de café, la sonrisa capaz de apartar el vapor ahorrándose el soplido. El recuerdo de tus dedos en mi ventana, tus cds en mi cajón, ahora que parece que suena la música a todo volumen mientras reina el silencio; y la huella de mis pies tras los tuyos sobre la arena de la playa. Volvió demasiado pronto y se fue cuando calló el primer copo de nieve y no volverá por mucho que caiga el último, por mucho que susurren las hojas, de nuevo marrones, cayendo una a una de los árboles y sin que a nadie le importe, porque de todas maneras, ¿quién iba a evitarlo? Y se nos echan encima desastres que no son nuestros y aún así nos pertenecen. Había veces que encontraba consuelo cuando caminábamos de la mano como dos culpables que disfrutan minuto a minuto de su propia condena, cuando tu pelo olía a mi champú, cuando mi ropa empezaba a ser la tuya y encontré en tus muecas, en tus manías, mi curiosidad y también mi antojo. Pero aún así, ya son muchas las veces que el ron me ha invitado a recordarte y he acabado hablándole a otras mujeres del paraíso de tus labios.
Y aún ahora se me ocurre pensar que tal vez vuelvas. Y hagamos navidad. Y te roce la piel.
Pero esta vez, si puedes, quiéreme.

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