jueves, 18 de julio de 2013

¿Cómo van a caber tantos besos en una canción?

Pensé en escribirle algo bonito,
pero a mí nunca se me dieron bien estas cosas.
Pensé como una idiota escribirle una canción, pero no lograba decidirme. No quería escribir una historia de dos en el vagón de un tren, o de una noche cualquiera, o del chico malo de la moto, o no sé. Quería hablar del cajón con tus calcetines, el vaso con nuestros cepillos de dientes, tus CDs al lado de mi reproductor, de los sauces llorones que no lloran cuando estamos nosotros cerca, del  armario con tu tazón infantil de los cereales, la cama sin hacer, y el café que me haces todas las mañanas. De los semáforos que nos saltamos por no querer ir despacio. Algo que sonara como un libro nuevo cuando se abre, como la lluvia en el cristal, o los coches circulando al otro lado de la pared, donde el mundo parece lejano
(¿nunca te lo ha parecido? A mí, entre beso y beso, me parece que estamos lejísimos de todo lo que podríamos haber conocido, y lo que alguna vez conoceremos)
quería algo que me recordara que fuimos reales, que existimos, que fuimos felices.
Asi que, después de horas sin decidirme sobre qué escribir la (nuestra) canción,
me acerqué al sofá donde estabas haciendo tus malditos crucigramas, y te hice reír,
y grabé tu risa,
Quería decirte, que me perdones por si de verdad querías esa canción, pero es que... Tú siempre fuiste mejor riendo, que yo componiendo.

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