jueves, 6 de junio de 2013

"Quítame todo menos la sonrisa."
¿Cómo iba a quitársela?
¿Cómo iba a arrancarle esa puta sonrisa de la cara?
La tenías de lejos y te faltaba el aire. Yo solía decir que detrás de cada sonrisa, ella tenía preparada una bala, que apuntaba siempre directo al corazón y nunca fallaba. Ella decía que no, que dejara de bromear, pero yo sabía mejor que nadie que era verdad. Era rara, la chica más adorable e increíblemente rara que he visto nunca. Tenía las manos huesudas, algún pelo fuera de su sitio, un tirante medio caído, los ojos muy abiertos, y cuando se enfadaba, se le ponía la nariz colorada, pero ella nunca se daba cuenta y yo jamás se lo conté. También le daba por abrir los ojos mientras me besaba, porque decía que le encantaba verme cerca y no ser capaz de aguantar la sonrisa. Apuesto a que tenía cara de gilipollas, pero no me importaba, porque cuando lo hacía y yo me quejaba, ella me apretaba con fuerza y ponía pucheros... Como para enfadarse, ¿entendeis? Nunca fui capaz de dejar de mirarla, de cabrearme ni por un segundo. Era ella, era la chica. Juro por Dios que lo era. Lo supe desde que la vi con el cabello despeinado, la bufanda de colorines y un millón de pulseras en la muñeca. 
Un día me dijo que me las daría todas. Todas y cada una de ellas... Tenía muchísimas, y casi todas eran marrones.
Se marchó sin darme ninguna. No creo que me las de. Tampoco creo que vuelva.
Echo de menos sus manos huesudas, la bufanda de colorines que me dejaba a ratos, el tirante que siempre me encargaba yo de devolver a su sitio. Su nariz roja. Oh, sí, su nariz roja.
Ayer llegó una carta. Bueno, no era exactamente una carta. Tan sólo un sobre amarillo y un poco manoseado en el buzón que conserva nuestros nombres juntos, además, ni siquiera tenía sello. Pero dentro... Dentro había una pulsera. Una pulsera marrón.

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