martes, 25 de junio de 2013

Cartas en el buzón, y ninguna es de amor.

Siempre ganaba.
Daba igual que se tratara de una partida de cartas, de ajedrez, de futbolín, o de lo que fuera. Hasta en nuestras guerras, siempre daba el último beso.
No había discusiones, ni una palabra más alta que la otra y os juro que cuando lo veo, me siento... Me siento segura. Es capaz de hacerme feliz, hacerme sentir tranquila. Como caminar en línea recta mientras te sujeta para que no te salgas del camino.
Y eso es bueno,
¿no?
El otro día lo vi. Bueno... "lo vi" Pasó por la acera de en frente atropellando a quien fuera, pisando fuerte, comiéndose el mundo. Como siempre hacía. No había olvidado su chaqueta de cuero, lo bien que olía cuando me abrazaba y su olor me perseguía la mejilla, mientras la ciudad entera se moría de la puta envidia. Ni el lunar de su mejilla
(el secreto está en besárselo cuando se enfada)
De echo, me di cuenta de que no había olvidado nada. Ni los besos a deshora, ni las veces en las que me cambiaba un libro por un bolígrafo y papel donde escribir, y al final yo acababa pintándole la cara cuando él se quedaba dormido en el sofá. Y los morritos que ponía mientras dormía... ¡Quien iba a decirlo! ¡El tipo duro poniendo esos morritos! Cómo lograba descolocarme de pies a cabeza, cómo estar con él era caminar por un camino lleno de curvas, ver que él no paraba de soltarte pero siempre acababa cayendo contigo.
Sigo echándole muchísimo de menos.
Nadie lo (quiere) conoce como yo,
pero es que, 
nadie me (quiere) conoce como él.

4 comentarios: