jueves, 9 de mayo de 2013

Primavera.

Solía decir que era diferente,
y joder si lo era.
Era como la primavera. Hoy sol, mañana tormenta. Era esa chica era capaz de soltarte que eras un hijo de puta a la primera de cambio y mirándote a los ojos, pero yo en la vida la oí decir un te quiero. Sólo le gustaba el limón con tequila, y por lo general evitaba las cosas amargas. Escogía los libros más viejos de la biblioteca, porque según ella, eran los que mejor olían, y se ponía a leerlos allí mismo, apoyada en la estantería. Te regalaba su risa, un par de ratos entre sus sábanas y para de contar. Era más de té que de café, pero éste siempre sin azúcar y sin nadie con quién desayunar. Le iba lo de beber contigo, y nunca, jamás, por ti. Todos creyeron en algún momento que habían llegado a conocerla. Se las arreglaba para dejar marca y para dejarte sin palabras, todo al mismo tiempo. Al final, acababas comiéndote la cabeza por ella, mientras ella se dejaba morder el cuello por cualquier otro. No había batallas con ella. Desde la primera sonrisa, ella ganaba, te ganaba. Y sin embargo, nunca creyó en nada. Ni en el destino, ni en el amor.
Era una chica independiente, imprevisible, y en realidad, nadie veía que necesitaba que alguien la salvara.
Y yo, la salvé.
-¿Cómo la salvaste?
-Yo me enamoré de ella y ella... Ella se enamoró de mí.

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