sábado, 23 de febrero de 2013

-Oye, que nos van a ver. -¡Entonces se morirán de envidia!

Las puertas del tren se abren. Él la saca, le sonrie. Lo quiere, lo quiere como no sería capaz de querer a nadie. E impulsada por algo que no puede explicar, se lanza sobre él. El joven la agarra con fuerza y ambos comienzan a besarse apasionadamente mientras la chica se sujeta a él con las piernas y los brazos, rodeándole la cintura y el cuello. No toca el suelo, porque ahora está en el cielo. En el puto cielo.
Él la deja sobre el suelo, al lado del andén, y comprueba cuánto tiempo falta para que llegue el siguiente tren. Cuatro minutos. Demasiado tiempo. Sin embargo, el que va en dirección contraria por la vía de enfrente está a punto de llegar. Tiene un minuto.
La agarra de la mano y le pide que corra.
-Pero ¿adónde vamos?
-¡No preguntes y corre!
La pareja sube la escalera, atraviesa un pasillo y baja por la del lado opuesto. Están en el andén contrario al que les ha llevado hasta allí. En el que conduce a la Moncloa. ¿Es que se le ha olvidado algo?
Apenas hay gente. Ellos dos y un par de parejas más, alejadas de donde están.
-¿Vamos a coger otra vez el metro?
Él no dice nada. Sólo mira hacia el túnel por donde aparece el tren a toda velocidad. La agarra de la mano, la mira a los ojos, y con todas sus fuerzas, bajo el sonido de la locomotora y los vagones que pasan fulgurantes por delante de ellos, grita tan alto como puede:
-¡TE QUIERO!

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